El cerebro representa el 2% de nuestro peso, pero necesita sobre el 20% de la energía que ingerimos. Es decir, nuestro cerebro tiene una gran dependencia de nuestra alimentación. Lo cual también lleva a poder insistir en el mensaje de que a través de la alimentación podemos mejorar las funciones de nuestro cerebro.
La principal energía que necesita el cerebro para funcionar es la glucosa que proviene de comer alimentos ricos en carbohidratos, como cereales (mejor integrales), legumbres, frutas y vegetales, así como productos lácteos. Pero, además, necesita otros nutrientes esenciales: vitaminas, minerales, ácidos grasos, proteínas… es decir, ¡el pescado y el marisco no pueden faltar en nuestra dieta!
Un exceso o un defecto de los nutrientes necesarios en nuestro organismo puede condicionar el correcto funcionamiento del sistema nervioso. Una alimentación desequilibrada genera carencias específicas de algunos de los nutrientes y esas carencias se manifiestan mediante síntomas o sensaciones como apatía, desgana, irritabilidad, nerviosismo, cansancio, falta de atención, fallos de memoria, de concentración e incluso depresión.
La composición de cada ingesta tiene un efecto directo en la producción de las señales químicas del cerebro, responsables de la transmisión de información a lo largo del sistema nervioso gracias a los neurotransmisores, que pueden modularse en parte por nuestra alimentación.
A través de la alimentación podemos influir sobre nuestro humor y comportamiento, ayudar a aliviar la depresión, la ansiedad, la neurosis y los trastornos del sueño.
Cada uno de los neurotransmisores existentes —existen unos 50 diferentes— tiene una función determinada. Para formarlos, se requieren nutrientes específicos que proporcionan los diferentes alimentos.
Así, por ejemplo los lácteos, huevos, pescados, carnes, legumbres, frutos secos y frutas (plátano, piña, aguacate) aportan una sustancia denominada triptófano, imprescindible para sintetizar un neurotransmisor denominado serotonina, que está relacionada con las emociones, la depresión, el control de la temperatura, del hambre y del sueño. Un déficit de serotonina implica un fallo en los circuitos que requieren esta sustancia.
Pero nos gustaría insistir que beneficios son solamente algunos pequeños ejemplos de cómo los alimentos influyen en el cerebro. Cada vez la evidencia científica sobre el impacto de la alimentación sobre nuestro cerebro y de enfermedades relacionadas con el sistema nervioso.
Desde Congelados Hiperxel queremos recordar que cada persona es única, particular, especial y tiene unas necesidades específicas y que, por tanto, su alimentación también lo debe ser. Por ello, siempre es recomendable acudir a profesionales sanitarios para que nos ayuden a diseñar plantes nutricionales personalizados. Recuerda que los que lees en páginas webs y redes sociales son generalidades orientativas.